Todo parecía indicar que era un día más en la Tierra para estos sabios, afanados en el arte de la alquimia, la astrología y las matemáticas. Tres era, tres habían sido desde hace decenas, al principio eran unos jóvenes ansiosos de conocimiento y l os años iban pasando pero su asombro hacia el mundo seguía intacto, habían recorrido el ancho mundo para conseguir las especias más variadas, los pergaminos mas incunables, y vestían con las mejores sedas.
Pero necesitaban una señal, una señal que les dirigiera a otra aventura.
Todas las mañanas se reunían para planificar el día:
- Baltasar: he tenido un sueño. Un rey va a nacer entre los judíos.
- Melchor: (perplejo ante la noticia). NO hemos recibido noticia de que se haya de coronar ningún nuevo rey, si así fuera, ya hubiéramos tenido noticia de un mensajero de aquellas tierras.
- Gaspar: (pensativo) Yo también he notado un ordenamiento inusual de los astros. Cuéntanos más del sueño.
- Baltasar (con voz temblorosa): Un ángel vestido de blanco puro proclamaba con una voz estridente: “¡Gloria a dios! El pueblo ha encontrado a su Mesías, cuando veas una estrella surcar el cielo, dirígete hacia donde se pose, allí estará el Rey de Reyes”
Y hablaron media hora más hasta que por unanimidad decidieron que al día siguiente partirían sin demora. Sin embargo, aún albergaban reservas hacia la veracidad del asunto, especialmente Melchor.
Sin saber cuánto habrían de viajar, armaron sus camellos y en secreto decidieron lo que habrían de ofrecerle al monarca que habían de visitar.
Tal y como había sido previsto allí estaba la estrella desplazándose por toda la bóveda celestial; felices por la nueva aventura, sin dudarlo la siguieron durante días y días, hasta llegar a un pueblo llamado Belén que ellos ya conocían en el mapa. Cuanto más se daban cuenta de lo que estaba pasando, su corazón más inquieto estaba y más se extrañaban por lo que estaba sucediendo.
Hasta que asomándose llegaron finalmente a un establo donde había al calor de un buey y una mula una familia de lo más usual: una mujer de enorme belleza y un hombre de avanzada edad, pero lo más les llamó la atención fue sin duda el Niño, acostado en un pesebre.
Y ellos al mirarle comprendieron entonces que todo había merecido la pena y postrándose en tierra le adoraban y le ofrecieron oro, incienso y mirra.
Así fue la historia que inspiró nuestra celebración de los Reyes Magos navideña.
Relato ganador de la I Edición de Relato breve navideño escrito por A. L. G.